Clásico

Fernando Martin Peña en Revista La Cosa (1996)

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Nota extraida de: Revista La Cosa nº5 Abril/Mayo de 1996

El profesor Fernando Martín Peña se anima a traernos la historia de
UNA PELÍCULA DE CIENCIA FICCIÓN RUSA Y ENCIMA ES MUDA.
¿NO ES DEMASIADO EXTRAÑO?
Aelita (U.R.S.S., 1924)

Dirección: Yakov Protazanov (o Protanazov, según el libro que uno agarre). Argumento: novela de Alexei Tolstoy. Guión: Fyodor Ozep y .Alexei Faiko. Con Yulia Solntseva, Valentina Kuinzhi, Nikolai Batalov, Ygor llinsky. 113′.

Aelita integra la lista de films cuya existencia uno conoció a través de fuentes legendarias (el libro sobre ciencia ficción de Luis Gasea, por ejemplo) pero que parecían imposibles de ver. El video hizo el milagro: primero aparecieron copias truchas levantadas de la TV francesa, cuyo extraño moirée delataba su origen SECAM. Finalmente fue editada más o menos como corresponde por el sello norteamericano Kino. Digo más o menos porque la restauración es pobre: asegura la leyenda que el film sobrevivió sin subtítulos y que, por lo tanto, estos fueron reconstruidos a partir de una sinopsis argumental no muy detallada.

La versión disponible denuncia que esto sucedió así, no sólo porque es evidente que faltan textos sino además porque los que hay no siempre caen donde parece que corresponden.

Esa dificultad complica todavía más un argumento que ya era de por sí bastante complicado. El film fue concebido como una superproducción con enorme cantidad de personajes importantes y ahora no llega a saberse nunca quién es quién y qué hace dónde. A eso debe agregarse que no conviene arrimarse al film con la expectativa de encontrar en él un equivalente soviético de Metrópolis, porque en sus tres cuartas partes es un melodrama convencional, aunque muy socialista. Un científico que tiene problemas conyugales imagina (y sólo imagina) la vida en Marte gobernada por una hermosa reina de nombre Aelita, que sufre una intriga palaciega equis. Mientras el científico imagina ésto, su joven y bella mujer coquetea con un gordo burgués decadente que conspira contra la revolución. Además, un soldado rojo se aburre al finalizar la guerra civil y un detective tarado aparece en la mitad del film ansioso por investigar lo que sea. De algún modo, el científico, el detective y el soldado se trasladan a Marte en una nave cuyo interior recuerda más a la cabaña de La quimera del oro que al Apolo XIII, y allí encabezan una revolución entre los esclavos marcianos para lograr la Unión Marciana de Repúblicas Socialistas. Al final, todo era un sueño, como en La Mujer del Cuadro. Así cualquiera filma cualquier cosa.

Esa descripción no promete mucho. En términos formales, además, el film parece muy anterior a Potemkin aunque sólo lo precede en un año. Pero después de sufrir la primera decepción, uno debe verla por segunda vez para descubrir que Aelita tiene lo suyo. El diseño constructivista de Marte es realmente impresionante y no se parece a ninguna otra concepción de lo extraterrestre en la historia del cine; Valentina Kuinshi, como la mujer del científico, tiene grandes y hermosos ojos claros, y un rostro que recuerda vagamente a la María de Brigitte Helm; la visión de la Tierra que tiene Aelita a través de un periscopio especial justifica fantásticas imágenes de Times Square, Londres y otras locaciones reconocibles; la idea de que los esclavos innecesarios pueden ser congelados para utilizarse en un futuro indeterminado es bastante fuerte y su ejecución justifica de sobra el subsiguiente motín; la escena de la forja de una hoz a martillazos es tan ingenua como encantadora; y, finalmente, resta saber qué carajo quiere decir Ante Odeli Uta.

Puede que Aelita no sea el clásico indestructible que las fuentes legendarias anticipaban, pero sigue siendo uno de los más extraños films de ciencia-ficción del período mudo, y eso debería ser suficiente.


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