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Películas condicionadas en VHS (Nota de 1986)

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Películas condicionadas en VHS (Nota de 1986)
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CUANDO EL SEXO SE VIENE REPRODUCIENDO

Desde 1972 un sinfín de películas “dirty” o “hardcore” circulan por el mundo entero, incluso en la Unión Soviética, El “home video” revolucionó la furtiva difusión de los primeros tiempos. En este informe se pasa revista a este particular universo de las producciones que, en Argentina, son “de exhibición condicionada”.

Es opinión generalizada que el dirty movie o hardcore nace un día de junio de 1972, cuando Bob Sumner se anima a estrenar en el New World Theatre —pleno Times Square— una peliculita de apenas 65 minutos, filmada en seis días a un costo de 24.000 dólares: Deep Throat. Producido y dirigido por Gerard Damiano, el film (desventuras de una señorita que tiene el clítoris en la garganta y sólo puede gozar por esa vía) convertiría en leyenda a su protagonista, Linda Lovelace, y se perpetuaría en cartelera a lo largo de 365 semanas, produciendo algo más de 100 millones de dólares. Naturalmente, el cine para adultos tiene una prehistoria. Ya en 1886, nuestros abuelos parpadeaban de susto y regocijo con las audacias de Le Bain (unos pocos minutos en los que una señora se desvestía para meterse a la bañera). El kinestoscopio de Edison prodigó estos film d’art con gordas odaliscas que se desnudaban fugazmente. Hasta 1915, los “clásicos” del género fueron Making Love in a HammockA seaside Flirtation y Parisienne’s Bedtime. En los ’20, el Código Hays ajustaría las clavijas y de ahí en adelante, por casi cuatro décadas, todo lo que sucediera de la cintura para abajo se sublimaba o pasaba a la clandestinidad.
El primer adelantado.

Antes de que Suecia y Dinamarca hicieran lo suyo en materia de destape, un americano, natural de Oakland, veterano de dos guerras, buen fotógrafo y hombre temerario, inventaría casi sin proponérselo el denominado “softcore” (o porno suave sin escenas explícitas) con un film “fetiche”, a fines de la década del ’50: The inmoral Mr. Teas (1959). Hablamos de Russ Meyer. Asistente de Mankiewicz (Guy and Dolls) y George Stevenes (Giant), Meyer, atento al suceso de Marilyn Monroe y Jane Mansfield, compensó desde entonces la “obsesión mamaria” del americano medio con una troupe de señoritas desbordantes que prometían todo y un poquito más. Sus historias, ubicadas casi siempre en ambientes rurales, están pobladas de borrachos y predicadores, granjeros lúbricos y muchachas desatadas. Hoy Russ Meyer es objeto de culto. Los grandes realizadores americanos y europeos le rinden su homenaje y películas como Vixen (1968), Beyond the Valley of the dolls (1970), Supervixens (1975) y Ultravixens (1979) se convierten en paradigma de un erotismo cargadísimo que bordea la pornografía sin apelar nunca a la toma explícita.
Últimamente, algunas de sus máximas divas —Kitten Natividad, Ushi Digart— han optado por el hardcore, tentadas por suculentas ofertas. Meyer, al borde de los ’70, casi no filma pero cuando lo hace, sigue fiel a sus nenas opulentas, a la vez salvajes y maternales.

Títulos, divas y preferencias
Tras el éxito de Garganta profunda, algunos clásicos menores comienzan a poblar la pantalla grande. Y así, mientras en Europa discuten Ultimo tango en París y Emmanuelle, el voyeur americano se familiariza con las hazañas de Marilyn Chambers (Behind the Green DoorResurrection of Eve), Georgina Spelvin (The Devil in Miss Jones),  Jessie St. James, John Leslie (Talk Dirty to me), la veterana Kay Parker (Taboo), la platinada y distante Seka (Plato’s, Blondes Have More Fun), las provocativas ingenuas Carol Connors (Candy goes to Hollywood) y Desireé Cousteau (The Ecstasy GirlsInsideCenters-pread Girls) y el siempre presente John C. Holmes, hombre de muy larga fama.

En el periodo de oro del género, del ’75 al ’80, proliferaron las parodias a sucesos fílmicos o televisivos (Hot Dallas NightsPleasure IslandFantasyAutobiography of a Flea) y los semidocumentales antológicos (Inside Jennifer WellesSeka’s CruiseAll about Gloria LeonardDeep Inside Annie SprinkleExposed) donde las estrellas pasaban revista a su mejores momentos.
A fines de 1982, The Adult Film Association of America estimaba sus ganancias brutas anuales en algo más de 150 millones de dólares.

En 1976, la expansión masiva del video en la Unión, termina con los riesgos censores de algunos estados que pretendieron apelar a la Suprema Corte, al estreno de Deep Throat y Behind the Green Door. Hoy las producciones trepan a los 150.000 dólares y más, el mercado del video supera al cinematográfico ampliamente (en un 65%), las comedias y parodias se suceden y las nuevas divas se llaman Ginger Lynn, Tracy Lords, Gina Carrera, Christy Canyon, Taija Rae, Chelsea Blake y Ambert Lynn. Hay profusión de rock pesado, ambiente heavy, tachas, cadenas, mucho cuero, peinados y cortes punk y espacio para el sadismo moderado. Lo que hace a gimnasia sexual, claro, no ha variado mayormente.

El fenómeno en Argentina 
Hasta fines del ’84, cuando un cliente se animaba a preguntarle por lo bajo al dueño de su videoclub si tenía “algo especial”, todo lo que conseguía, con suerte, era una copia (pirateada) de Emmanuelle o Naranja mecánica. Las cosas han cambiado marcadamente en la segunda mitad del ’86.

Hay más de 100 títulos en catálogo, editados por derecha, en atractivas cajitas que avisan “100% Condicionada/Video para adultos”. En abril del año pasado, el sello Vanguardia decidió hacer punta con Algunos pecados de Dinamarca y Penetraciones. En octubre, Hardcore haría lo suyo consiguiendo óptima repercución en el mercado con El diablo en la Señorita Jones (I y II), Tarde de deliciasSedasatén y sexoAdentro de Jennifer Welles y En la gloria. Cada uno de estos “primeros adelantados” va camino de las mil copias. Entre Hardcore y Vanguardia monopolizan el 60% del rubro, pero no son los únicos. Videx, Video Love, Producciones Video Home, VEA, Video Makers y Casablanca con Prestige han comenzado a incursionar con diversa suerte en el género (a un ritmo de 2, 3, y hasta 6 títulos por mes).

Hardcore edita casi exclusivamente material americano, por lo general muy recientes producciones (títulos como Those young GirlsNew Wave Hookers y Night of loving dangerously son del ’85), sin olvidar clásicos como Exposed, Anna obsessed y Corruption. Curiosamente, Garganta profunda, tantas veces anunciada, todavía no está en cajita (se especula con que alguna vez se habiliten las tan comentadas “salas especiales” en la Capital y se reserva Deep Thoroat para ese momento. De más está decir que el resto del país ya lo ha visto hasta el cansancio en todo tipo de salas), pero ya se anuncian algunos títulos mayores como Habíame sucio, Detrás de la Puerta Verde, Tabú (Hardcore) e Insaciable (Vanguardia). Love Video ha encarado las ediciones locales del sello americano Vivid que comanda Ginger Lynn, y acaba de lanzar The Poonies y The World according to Ginger, dos buenas muestras del talento de la rubia movediza, bien secundada por Sharon Mitchel, Amber Lynn y Bionca. Se trata de producciones especialmente realizadas para video. Casablanca, por su parte, ha optado por la línea francesa, inaugurando su Prestige Collection. Los primeros títulos (Pequeñas colas ardientes, Infierno anal, Nalgas íntimas) hablan ya de las preferencias de los galos en la materia. Las ediciones son cuidadas, las cajas muy paquetas y las intérpretes —Olinka, Evelyn Pavalas y Anna Houden—, altamente profesionales. Según los editores, el negocio no marcha mal. Se venden entre 60 y 100 casetes semanales de cada título y hay que estar reeditando continuamenteEl que paga el pato es el usuario que de oblar seis y siete australes por un alquiler de 48 horas (el doble de lo que paga por un casete convencional), porque, según los videoclubistas, este material sale más caro. Una rápida encuesta permitió comprobar que el costo es casi el mismo que el de cualquier otro género (entre 50 y 60 australes con picos de 70). De modo que el recargo se parece bastante a una especie de “impuesto al  voyeur”.  “Ya  que quiere chanchadas, pague más”, sería el metamensaje.

Todavía, una gran confusión
En general, se edita a lo loco y sin demasiado criterio. Muchos editores no percibieron aún que lo mejor del porno no es lo último. Extraña mucho que Marylin Chambers y Seka (máximas divas del género) no tengan ningún título en el mercado. Que falten algunos hallazgos como Fantasy, Bad girls, Beyond Shame, Inside Desireé Cousteau, Exhausted, Never so deep, Indecent Exposure o Up’n coming. Los nombres de Gerard Damiano, Harold Lime, Gail Palmer, Bob Chin, Godfrey Daniels, Cecil Howard, Alex de Renzy, Anthony Spinelli, Svetlana, Jeffrey Fairbanks y Radley Metzer no parecen decir nada a los editores locales, a pesar de ser garantía de un puñado de títulos mayores. Ni que hablar del legendario Russ Meyer, desconocido por los argentinos que se ocupan de este negocio.

Cualquier aficionado al hardcore sabe que la Chambers es una estrella curiosa: comenzó como modelo publicitaria de un afamado detergente y, del 73 para acá sólo ha filmado siete películas, una de ellas para nada porno (Rabia, Video Time de David Cronenberg). Como Seka, Sharon Mitchell, Candida Royal y Ginger Lynn, es su propia empresaria. La cubana (o latina de Manhattan, vaya uno a saber) Vanessa del Río, ha rodado un centenar de películas de las cuales sólo conocemos tres (Tarde de delicias, Seda satén y sexo y Corrupción).
Habrá que esperar un rato para que alguien se acuerde de Odissey, Foxtrot y The Dancers. – Los editores hasta ahora se mueven por olfato y los videoclubistas se limitan a señalarle al cliente el rubro “condicionadas” en el catálogo. Todo indica que se seguirá editando turbulentamente.
La pregunta que se impone, claro, sería si es bueno, malo, divertido, nocivo, tonto, edificante o didáctico el sexo explícito. La respuesta está en la calidad de las producciones, en su apelación a rutinas previsibles o en la imaginación de guionistas y directores.
Hay algo que sí importa y tiene que ver con la libertad: hasta que alguien legisle favorablemente sobre salas condicionadas, todo este asunto puede verse en cajita y en el living de su casa. No está mal.

Jorge Carnevale.
Fuente: Revista VIDEO CLUB 
Año 4, nº41 – 1986

 


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