La recuperación de la República, el nombramiento de Manuel Antín al frente del Instituto Nacional de Cinematografía y su acertada política —más allá de algunos desniveles atribuibles más a las presiones del medio que a sus debilidades— han posibilitado la reconstrucción de nuestro cine. Ese cine adulto, libre más allá de orientaciones temáticas o banderías políticas, al que cuesta no llamar “nuevo” (ya hubo varios “nuevos” cines en la Argentina), ha crecido se ha profundizado, y ha obtenido más de ciento veinte premios internacionales (Cannes, Venecia, San Sebastián, Hollywood, Biarritz, La Habana, Huelva, Río de Janeiro, Toronto…), que no sólo prestigian a la industria, sino al país.

Directores noveles y experimentados, intérpretes consagrados y figuras debutantes, guionistas, adaptadores y técnicos, han abierto un espectro nunca antes transitado por el cine argentino: el drama y la comedia, el testimonio y la experimentación, el localismo y la universalidad, son sólo algunos aspectos de esa imagen renovada, nueva, vital. El video argentino no podía soslayar el hecho, y de esa diversa producción concretada en libertad, ofrece hoy sesenta títulos que representan y sintetizan este particular momento del cine nacional, cuya continuidad no dependerá de sus hacedores ni del Estado, sino también del público, en la medida en que éste responda a aquellas propuestas que lo merezcan.

motivo del estreno en los Estados Unidos, echan por tierra el argumento de los más insidiosos. “La historia oficial” ganó el Oscar porque es un film valioso y también porque se trabajó “a full” para eso. Un año antes, “Camila” (Láser), de María Luisa Bemberg, había logrado la nominación (como con anterioridad lo había conseguido “La tregua”, de Sergio Renán en 1974), y acaso el esfuerzo puesto en su torno para conseguir el trofeo, no haya sido tan fuerte como para concitar el interés de los múltiples miembros de la Academia. Como no podía ser de otra manera (una nominación en 1984 y un Oscar en 1985), “El exilio de Gardel” (MGV), notable realización de Fernando Ezequiel Solanas, ganadora del Premio Especial del Jurado en Venecia ’85 y otros reconocimientos, tuvo menos posibilidades: sólo llegó a figurar entre la treintena de finalistas que competían en representación del cine hablado en algún idioma distinto al inglés. Acaso la casualidad, el exitismo o el snobismo, hayan contribuido a convertir a sus transcripciones a video en títulos de éxito indiscutible. Sin embargo, y aunque les pese a muchos, cada film tiene, en su género, méritos suficientes como para confirmar esa repercusión y asegurar así su perdurabilidad.